Revista Viva viajó a la Puna jujeña y visitó pueblos que funcionan puramente a sol.
Así es que obtienen energía eléctrica y calor para cocinas y calefones. ¿Postal del futuro?
En la Puna, hay pasajes abruptos, colores estremecedores, vicuñas y llamas con moños de lana en las orejas. Y un cielo azul ininterrumpido, con un sol total. Sol que, además de ser un manantial de inspiración espiritual, es una fuente de energía: eléctrica y térmica. Que lo diga si no doña Paulina Alfaro, una jujeña que usa sombrero colorado de ala ancha y trenza su pelo renegrido como dictan las costumbres. Su morada de adobe queda en un campo del departamento de Carahuasi por donde sólo corre el viento, bien lejos de donde pasa la red eléctrica. Pero ahora un pequeño panel solar de tercera generación alimenta la luz de sus lámparas Led en el interior de su rancho sin ventanas. “Yo crié mis hijos a vela”, dice con una sonrisa que parece invencible. Ahora puede tejer hasta la madrugada sin el peligro de que el humo de la combustión se de-vore el aire o incendie la casa.
El sol ha cambiado en formas diversas la vida de muchos jujeños que viven en sitios remotos. Hay mini redes en pequeños pueblos que se alimentan de energía con paneles fotovoltaicos, así como escuelas rurales y pobladores aislados y dispersos que no habrían podido tener iluminación sin esta tecnología.